Ella
llega… sube por el ascensor, mientras
sus manos rozan su largo vestido, lo único que piensa es en quitarse los
zapatos, en su cara se nota inscripto el cansancio. Hay un agotamiento que sobreviene a ciertas horas de
la madrugada, horas de madrugada que no son ni de insomnio, ni de libertinaje.
Ahora camina por el viejo pasillo hacia
su departamento mientras que las cosas que sucedieron en el día le pesan en la
espalda. La sombra que aparece en la puntita de la cabeza.
Usa las llaves que tiene en su mano. Entra, enciende las luces. Igual que siempre
solo que en la lucidez que sobreviene a esas ciertas horas mas suavizadas…
Cierra la puerta con doble vuelta de llave y las deja puestas con el llavero
colgando. Como se cierran las puertas hasta un nuevo día, una manera de cerrarla
cuando la puerta sabe que no va a ser atravesada por un rato de manera que se
dedica a resguardar la anhelada intimidad de la solida noche.
Ya sin los zapatos, el cabello se va soltando a cada paso que ingresa al
departamento, prontamente sin la ropa que arroja sobre la silla floreada de su
cuarto, se cambia, está sola con la sombra y no se va a dormir. La excitación que le
provocan sus pensamientos no le permiten abandonarse al sueño.
Ella reflexiona, cuando se mira al espejo, que hay lugares que nunca pueden ser separados
de las personas con las que los conocimos y disfrutamos por primera vez, como que siempre hay impregnada una esencia
que sabemos pertenece a otro. Y ese otro, esa esencia ajena. Esa es la ansiedad.
Va hacia la cocina, toma de la heladera ese vino blanco con bastante tiempo de
abierto, lo sirve en la mejor copa, para contrastar cosas que nunca pasan a ser
añejas. Se sienta, se permite a si misma reconocer que esta pensando en él, que
lo estuvo haciendo esa semana que...
Toma un sorbo de vino dulce, muy dulce, pero que le deja un resabio amargo en
la boca, como si al terminar de tragarlo despertara su verdadera naturaleza agria,
como si en todo tuviese que aparecer una naturaleza oculta, y entonces, ella
piensa, nosotros tal vez y solo tal vez fuimos caníbales el uno de otro y esa
fue nuestra naturaleza, requiriendo todo, la piel, la punta de los cabellos, el
corazón, pero también el aire, la mirada de los ojos, las palabras las
consumimos todas a voracidad. Si
acabándonos ansiosamente hasta los huesos.
Entonces con determinación, deja que él
se valla de ella, dejarlo y que la deje. Respira y sabe que también lo hace él.
Buenas noches es lo último que dice en voz alta antes de acostarse sola en la
cama
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