sábado, 29 de enero de 2011

Tantos escritores y tantos escritos fueron originados de cafés como este del que hoy disfruto. Es que tienen junto a sus característicos envoltorios de madera, esos con traviesos detalles  de astillas pertenecientes a algún tronco duro modelado, una entremezcla de sabores, esencias y  extractos: en fin sustancias de carácter e identidad que calan alma a fondo como el enamoradizo chocolate y la femenina canela entrelazada con el simpático caramelo que no se despega de la leche, que acarrea el papel de ser la eterna difuminadora, y sin olvidar a la malhumorada miel que nunca termina de integrarse. 
Son por tanto el marco ideal para la desinhibirse, sacarse los guantes de la sociedad y sentir el pulso descontrolarse, es tal vez por la privacidad ingenua de la insignificante y menuda mesa que ocupas con tu lápiz y muchas veces el improvisado papel, que toma la forma de manera ocasional servilletas a las que devoran garabatos en cualquier esquina.
Tienes gracias a la damisela vivificante, la señorita cafeína, la retrospección, evocación e interioridad suficientes para que liberes a la picara hada de la fantasía junto con el peligroso mago del sueño que va pisándole los talones a la bruja que posee la vara de la dadiva y la habilidad,  ellos miran ven y muestran tu razón y porvenir originando al fénix que llena tus renglones.
Allí te ves de nuevo, al girar la cabeza hacia el interior del café,  revive tu relicario con alas, sin escuchar más que murmullos de otros; que no comprendes pero que hacen de ellos la música ambiente: la palabra hablada, la que la gente gusta esclavizar por afán de pronunciamiento interminable, mientras que ignoras a conciencia el rodeo del camarero a la espera de chal o risa.
En tu puesto de batalla al lado de la ventana, que con generosidad te otorga su querido misticismo, inclinas ya tu conciencia hacia el exterior que se siente tan impersonal, que a mi criterio se torna avasallante al percibir los interminables borbotones de transeúntes, aquella catarata inmutable de la ciudad viva. Es en aquellos esporádicos momentos de sensatez salpicada con una peculiar lucidez que, Entiendes hasta la parte más extensa de tu alma, toca con sus poros, tu verdadera figura cuya parte más espeluznante es LOGRAR nombrar y aceptar  tus MUTACIONES.

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